Un humilde blog

viernes, mayo 10, 2013

Promesas.

Haré que el mundo se acostumbre a tu sonrisa. A que no sepa vivir sin pedirte un poco más de tu alegría, que nunca será suficiente para mí.
Convenceré al destino para que tu camino sea fácil, cuesta abajo y se entrecruce siempre con mi maltrecha senda.
Te mandaré viento del sur, puestas de sol, siestas de verano y el sonido del mar.
Te haré promesas que siempre podré cumplir.

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martes, mayo 07, 2013

Hello, stranger.




Se sentó en el avión. Triste, abnegada, a una vuelta inevitable. Sin marcha atrás. De esas vueltas que no gustan ni se reciben con alegría.
Se puso el cinturón. Escuchó la última canción en ese suelo extranjero, tan lejos de su casa. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. El extraño de la izquierda ni se inmutó. El de la derecha la miraba con el rabillo del ojo. Ella lo notaba, aunque pensaba que sus gafas de sol arreglaban la mitad del problema.

Se puso en marcha. Miraba por la ventanilla. El extraño de la derecha se echó hacia atrás para que aquella compañera de viaje también viera alejarse el centro de la ciudad. Él hizo posible que viera como el downtown se hacía muy pequeñito. Cómo se alejaba el que había sido su barrio. Vio desde el cielo aquellas montañas de nieve eterna que había contemplado cada mañana, siempre que la niebla lo había permitido.
Se lo agradeció en silencio, con una sonrisa a medias.

No podía creer que el azar hubiera propiciado que aquél rubio tan alto, tan guapo, tan extranjero, con una guitarra que acentuaba su Kurtcobainismo se sentara al lado suyo. Lo había visto en el embarque. Era atractivo, pero ella estaba triste y tras comer algo, decidió tomar una pastilla y dormir el resto del viaje. Quedaban 6 horas.
No podía  conciliar el sueño. Se debatía entre el despertar y el descansar. 
Notó que la mano del rubio compañero se encontraba muy cerca de su mano derecha. Notaba su calor. Él también dormitaba. Ella acercó la mano y la dejó contigua a la suya sin un objetivo concreto. Él no se retiró. Así dormitaron juntos más de diez minutos.
Entonces, sucedió.

Aquél chico empezó a mover su dedo pulgar, acariciando una mano cómplice. Un gran calor subió por su cuello y el corazón tamborileaba en su pecho mientras notaba cómo los dedos de un desconocido tomaban vida y la hacían sentir más despierta que nunca. Tan solo la pastilla  que antes había tomado le ayudaba a no temblar.

Los dedos muy lentamente, en una coreografía sutil, delicada, como previamente ensayada, empezaron a entrelazarse. A sentirse. Dos manos amigas en un juego de desconocidos. 
Las luces del avión seguían apagadas, pero ella aún llevaba las gafas de sol para poder dormir. Ése era un escudo que no le dejaba ver bien al dueño de aquella mano que estaba llenando de calor su cuerpo entero. Casi ninguno de los dos se atrevía a abrir los ojos. La oscuridad del avión y algún ronquido de un par de pasajeros fueron el marco de aquella anécdota.

La mano del desconocido empezó a subir muy lentamente por su pierna derecha. Un proceso muy largo. El tiempo no existía en aquel avión: volaban por encima de las nubes y allí los minutos no servían. En aquella escalada interminable, trabajada, peligrosa, su cuerpo se estremecía. Sintió cómo sus mejillas sonrojaban y cómo los músculos de todo su cuerpo estaban a punto de explotar. 

Ella contraatacó. Subió por su pierna. Se le encaró. Lo miró y él abrió los ojos. Se miraron y se besaron. Otra coreografía lenta. Los labios eran cariñosos y agradecían encontrarse. 
Aún había oscuridad.

No podían calcular cuánto tiempo estuvieron besándose pero de repente, el mundo volvió a girar. Se separaron lentamente, se quedaron muy cerca el uno del otro, empezaron a volver a la realidad. Nariz con nariz, la saludaron. Él habló:

-Hello, stranger.
Ella rompió a reír. ¿De qué clase de película de Woody Allen se había sacado aquella escena?
-Hello.- Pudo contestar entre risas.

Sus manos siguieron entrelazadas durante todo el largo viaje. El desconocido de la izquierda quería mantenerse al margen pero era mucho más divertido escuchar a dos personas presentándose, hablando de sus gustos, de sus respectivos países y besándose y abrazándose como si fueran una pareja consolidada.

Sobrevolaron Groenlandia. El destino era Londres y desde arriba vieron el Támesis, el Big Ben.. abrazados se pegaban en la ventanilla y se volvían a besar. Ninguno de los dos había estado en Londres antes y esto era sólo una escala. Ambos cogerían otro vuelo hacia sus respectivos países, a 2.000 kilómetros de distancia el uno del otro. 
La idea de haber visto Londres juntos por primera vez les pareció una ocurrencia divertida. Reían y a la misma vez se lamentaban en silencio de que aquel vuelo de 9 horas se hubiera hecho tan sumamente corto.

Bajaron juntos del avión. Sabían mucho el uno del otro para solo haber compartido 9 horas de sus vidas.
Compartieron también datos y señas. Se despidieron con un beso. Como si fueran a volver a verse en unas horas.

Tras la espera en el aeropuerto, ya separados, los dos aún compartían una sonrisa cómplice. Jamás conocer a alguien antes había sido tan mágico y divertido para aquellos dos completos strangers.