La miró como se miran dos desconocidos que hubieran vivido una situación límite. Habían sobrevivido juntos y ni siquiera sabían a qué. Fue cuando volvió a escribir, cuando se dio cuenta de nuevo de que solo la tristeza y la preocupación le hacían volver a garabatear, a aporrear notas sobre el piano y a golpear las teclas de su ordenador para contar historias inverosímiles que habían conformado la historia de su vida desde que tenía uso de razón. La felicidad no lo da. La nostalgia y la incertidumbre sí. Cosas.